ANÁLISIS VIDEOJUEGOS
Es difícil valorar un juego como Animal Crossing: New Leaf. Puedes hacerlo desde la perspectiva puramente estética, desde la superficie, y valorarás que es muy ñoño, que es aburrido y que ni con un palo te acercarías a él, porque no representa todos los valores que uno busca de un videojuego como pueden ser acción, espectáculo o una buena historia (algo que no demasiados videojuegos se pueden permitir el lujo pedir).
Si escarbas un poco más te encuentras con una visión completamente diferente. Sí, el juego no tiene historia. Tampoco es que pueda presumir de acción o de espectáculo. Pero de lo que nadie podrá quejarse es de que no es un videojuego con mayúsculas. Las enormes posibilidades, a veces realmente enfermas, que se esconden en su interior, nos muestran un mundo enorme abierto para nosotros. En principio seremos vecinos y alcaldes de un pequeño pueblo (alcalde, por cierto, por un error realmente naif). Nuestra misión: vivir y ayudar, no sólo a que nuestra casa sea más bonita, nuestro armario esté lleno, si no, por primera vez, a que el pueblo gane en posibilidades. Podremos abrir nuevos locales, mejorar los existentes, poner puentes, bancos, pozos… Poco a poco, mejoraremos todo lo que nos rodea y haremos que la vida en nuestro pueblo sea más agradable, tanto para nosotros mismos como para nuestros vecinos.
Un juego en el que cada día puede suceder algo nuevo
Para conseguirlo, el juego propone muchas fórmulas. Podremos ir a la isla que hay en los alrededores a capturar sus recursos o introducirnos en sus minijuegos; podremos nadar, pescar, coger bichos, plantar árboles, recoger fruta… para conseguir más bayas (la moneda local) para poder invertirlos en nuevas infraestructuras; podremos viajar a pueblos de amigos, mediante conexión a través de Internet o con conexión local inalámbrica, para hacer intercambios…
Una vez más, las fiestas señaladas tienen su interpretación dentro del juego. Todo transcurre en tiempo real, así que veremos como en invierno nieva y en verano suenas cigarras… Pasaremos épocas de lluvia… Y celebraremos el fin de años con nuestras familias y, sí lo de deseamos, con nuestros vecinos de Animal Crossing (que celebran contigo hasta tu cumpleaños).
Al principio del texto hablábamos de Animal Crossing como de un juego del que es difícil hablar, porque parece que desde esa estética tan infantil esconde poco. Sin embargo, en estos momentos nos vemos obligados a admitir que es justo al revés: esconde demasiado. Es prácticamente imposible no caer en sus redes, llenas de posibilidades, de ideas, de trucos para conseguir evolucionar… Es un juego en el que cada día puede suceder algo nuevo: ¿será el día en el que me visite el vendedor de arte? ¿Podré pescar hoy el pez que me falta en mi colección del museo? ¿A cuánto estará el precio del nabo (algo así como el valor del mercado bursátil del juego)? ¿Me pedirá algo alguno de mis vecinos que ocasione que me regale una pieza de su colección de muebles que me falta en la mía? Una hora al día, tal vez menos, hace que el juego evolucione de una forma orgánica y sólida. Incluso, en muchos momentos, inesperada. Si mantenemos ese ritmo durante mucho, mucho tiempo, nos daremos cuenta pasadas las semanas, que nada tiene que ver con lo que parecía que iba a ser el juego al principio, ofreciendo una experiencia por bagaje al jugador que pocos títulos pueden presumir tener. En general, una experiencia que, pese a que no es la primera ocasión en la que nos vemos viviéndola, consigue ser igual de fresca que cuando nos visitó en Gamecube, Nintendo DS yWii (la primera entrega, de Nintendo 64, no llegó a salir en dicho formato fuera de Japón).