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Análisis

Stacking

Tim Schafer nos vuelve a soprender con su última locura: un mundo lleno de matrioskas socialistas en plena era industrial.

Los genios siguen siendo genios independientemente del formato en el que realicen sus obras o de la calidad final que estas tengan. Todos los grandes, de la pintura, de la literatura o de la música han escrito en servilletas de papel, tocado en la calle a cambio de nada o realizado un dibujo a mano en un cuadernillo.

Ser un genio en el mundo de los videojuegos es más complicado. No puedes programar un videojuego tú solo en una terraza en el calor de una tarde de verano. No puedes sentarte en un parque y diseñar los gráficos de tu última obra. Y, desde luego, no puedes convertir en gold tu juego una tarde en un viaje en tren.

Si quieres ser un genio en el mundo de los videojuegos, necesitas un equipo de profesionales, una financiación para que estos profesionales cobren dinero que luego puedan llevarse a la boca algo de comida y necesitas un canal de distribución. Gracias a plataformas como PSNetwork, WiiWare y Xbox Live, dichos canales de distribución se acercan un poco más al mundo de las obras menores surgidas de la inspiración de un día en el que la inspiración ataca. Pero, pese a todo, en los videojuegos, hasta una obra menor, es un parto difícil.

Después de una serie de difíciles momentos profesionales en la vida de Tim Schafer, autor del guión de The Secret of Monkey Island, y director de auténticas joyas como Day of the Tentacle, Full Throttle, Grim Fandango, Psychonauts y Brutal Legend, parece que a él y su empresa Double Fine sólo les quedan las obras menores. Por suerte para el mundo, gente como Tim Schafer saben condensar toda su genialidad en proyectos de todo ámbito: lo supo hacer en su impagable Brutal Legend, y lo sabe hacer, aún más, en un título sin pretensiones comerciales de alto nivel como Stacking, la obra que ahora nos ocupa.

La base de este juego es la siguiente: interpretamos a un pequeño muñeco matrioska en un mundo lleno de muñecas rusas. Somos el más pequeño de una familia pobre, en un mundo pre revolucionario en plena era industrial. Un malvado empresario explotador ha engañado y secuestrado a toda nuestra familia. A todos, menos a nosotros, que somos tan pequeño que no servimos, aparentemente, para nada. O eso al menos se creen ellos.

En un mundo en el que todo el mundo puede meterse dentro de cualquier otra persona de mayor tamaño para controlarlo, tendremos que aprender a “anidar” en todas las personas que nos encontremos a nuestro paso. Cada uno de ellos tiene sus propias habilidades. Algunos abren el paso, otros abren puertas, otros tocan instrumentos, otros son tan atractivos que vuelven locas a las personas que tienen cerca… Nuestro cerebro será el encargado de averiguar cómo pasar los diferentes niveles realizando mezclas de estas habilidades. Todo, encontrando alguna de las múltiples formas en las que se puede solucionar cada una de las fases.

Tim Schafer es una de las mejores cosas que puede pasarle a un verdadero amante de los videojuegos

Stacking es un pequeño juego. No es muy largo, no es ambicioso, pero es original. No tanto como algunas de las otras grandes obras de Schafer, por supuesto. No llega a la genialidad de Grim Fandango o de Day of the Tentacle, por supuesto. Sin embargo, deja ver quién es su padre en todas y cada una de las fases que componen el juego. Lo hace, por un lado, en su impagable sentido estético. Un mundo de matrioskas filtrado con el tono sepia de las primeras fotografías, mezclado con música de piano de acompañamiento al cine mudo. Todo reforzado con música clásica y un espíritu socialista que ya había destilado Schafer con las abejas obreras de Grim Fandando. De hecho, Stacking es el juego más Schafer desde las aventuras de Manny Calavera, y eso teniendo en cuenta la grandeza sus Psychonauts y la locura heavy de Brutal Legend.

Pese a todo, el juego, digamos, como las últimas obras de Schafer, tira mucho del amor que muchos tenemos al artista. No es demasiado efectivo en este sentido, siendo un juego para nostálgicos, más que para el público global. Da la sensación que muchos jugadores que no vivieron la época dorada de las aventuras gráficas de Lucasarts se quedarán algo perdidos ante el retorcido sentido del humor de Schafer. Por otro lado, es un juego que bebe de demasiadas fuentes culturales, algo que también resulta incómodo para gran parte de los compradores de videojuegos.

Por lo tanto, aunque lo recomendamos fervientemente, entendemos que no llegue a enganchar a todo el mundo. Una verdadera lástima, porque entrar en el mundo de Schafer es una de las mejores cosas que puede pasarle a un verdadero amante de los videojuegos.

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