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Análisis
Los chicos de Bioware se han convertido, por derecho propio, en unos auténticos gurús del rol interactivo. Después de haber creado sagas tan emblemáticas como Baldur’s Gate, Knights of the Old Republic o la más reciente Mass Effect nadie puede poner en duda la enorme calidad de su trabajo.
En pleno cenit de creatividad, y con el apoyo económico de EA Games, Bioware decidió recuperar la esencia de su saga original, Baldur’s Gate. Por desgracias, impedimentos legales y demás problemas, aquel sueño se truncó. Y para gozo de la humanidad, tras la muerte de ese proyecto, vino el nacimiento de otro: Dragon Age.
Sólo un año después llega Dragon Age II, un título increíblemente digno y que parece dispuesto a colocar los puntos sobre las íes.
Hace un año, por lo tanto, EA y Bioware nos regalaron la primera entrega de un juego de rol en el que todo el saber de ambas compañías estaba perfectamente mezclado. El nuevo juego nos llevaba a un mundo mágico y medieval en el que no encontrábamos blancos y negros. El mundo estaba corrupto y nos pedía que tomásemos partido en incontables ocasiones, sin saber nunca si cualquiera de nuestras decisiones podía ser realmente beneficiosa para nadie. Dragon Age Origins nos permitía relacionarnos sexualmente con gente de todos los sexos y razas. Nos metía dentro de la política más corrupta del mundo y manchaba nuestras manos de sangre inocente en los momentos más insospechados.
Pero no todo era bajeza y vileza en aquel mundo. También había, increíblemente, un espíritu épico del que pocos videojuegos podían presumir.
Por supuesto, nada es perfecto. El juego, que mostraba un acabado pensado para PC, pese a moverse en consolas, se veía pobre y, en ocasiones, algo deshilachado. Nada grave, pero poco acorde con lo que cabía esperar de la actual generación de videojuegos para consolas.
Sólo un año después nos llega su secuela, un título increíblemente digno y que parece dispuesto a colocar los puntos sobre las íes.
En esta ocasión, la historia se posa en los hombros de otro personaje, llamado Hawke. Según nuestras elecciones, dicho personaje podrá ser mago, guerrero o pícaro. Y, junto a él y su intrincada historia familiar, tendremos que movernos por las estrechas y misteriosas calles de Kirkwall, una ciudad que oculta más secretos de los normales.
Aquí comienza la mayor diferencia entre un juego de rol normal y corriente y Dragon Age II. Por un momento abandonamos el estilo tolkieniano de viaje de iniciático de un grupo para resolver un gran problema para el universo. Aquí, digamos, se funde un poco el estilo GTA de ciudad que recorrer y la que puede ocurrir una historia más grande que toda la Tierra Media.
Sí, en algún momento nos abrirán nuevos mapas, podremos recorrer exteriores, ir a lugares misteriosos fura de los muros de Kirkwall, pero la ciudad siempre estará presente como un personaje más.
lo que vemos en su secuela es un juego más ligero, más directo y menos enrevesado por el simple placer de ser enrevesado
Por otro lado, a la hora de crear las misiones, los chicos de Bioware han arreglado un problema que les venái desde el pasado. Antaño, los videojuegos de rol se resolvían a través de profundas y eternas mazmorras. Este sistema fue implementado en lOrigins, creando algunos niveles absurdamente largos y enrevesados. Digamos que si existiese realmente un arquitecto de mazmorras en un mundo mágico, ni harto de gumibayas crearía unas mazmorras como la gran mayoría de las que encontrábamos en el juego. Por ello, lo que vemos en su secuela es un juego más ligero, más directo y menos enrevesado por el simple placer de ser enrevesado. Para realizar las misiones, en algunas ocasiones nos tomaremos nuestro tiempo, pero nunca tan excesivamente como en su predecesor.
Por supuesto, no es o único que ha cambiado. Los otros dos puntos flojos del original, los gráficos y el sistema de combate también han sido pulidos. En el primero encontramos gráficos cercanos al espíritu que rezuma de Mass Effect 2. En el segundo apartado vemos un combate directo, más arcade, pero construido sobre las espaldas roleras del original. En lugar de encadenar golpes, los daremos en pleno directo. Pero siempre seleccionando con ruedas de hechizos y golpes, con la misma filosofía de Origins.
También se han facilitado las configuraciones de equipo, de poderes… Todo lo que huele demasiado a rol se ha pulido, para que uno pueda buscar el nivel de profundidad que desea. Sin agobiar al jugador, pero sin ponérselo tampoco demasiado fácil.
En este sentido, Dragon Age II está mucho más equilibrado que la primera entrega. Aunque, por contra, nos encontremos con un juego que, en muchos momentos, se queda menos maduro o profundo que aquel. Dragon Age II destaca enormemente frente a lo que vimos hace tan solo doce meses. Brilla con luz propia. Pero siempre bajo el sol que ya crearon sus padres con Origins y, sobre todo, con Mass Effect 1 y 2. Pese a las buenas intenciones de este nuevo juego, sigue dejándonos menos satisfechos, a muchos niveles, que Mass Effect 2 el, por ahora, título estrella de la compañía. Los amantes de la espada y la brujería tendrán que esperar todavía un tiempo para encontrar un producto que esté a la altura de las aventuras de Sheppard, pero un poco más con los pies en la tierra, y con más dragones. Por el momento, nos tendremos que conformar con Dragon Age II, que comparado con el resto de juegos de su género, es como conformarase con un el Porsche de los juegos de rol.