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Análisis
A estas alturas, y con una saturación del mercado realmente excesiva, con una especie de tufillo a título “para jugadores casuales que creen ser más gamers”, con una aire a repetición y con demasiado toque de desaire egocentrista por parte de los estudios Infinity Ward, deberíamos estar completamente hartos de Call of Duty. La saga, que comenzó siendo una bella continuación llena de épica sobre la heroicidad de los soldados del bando aliado en la II Guerra Mundial, es hoy en día lo más alejado al espíritu con el que se forjaron los verdaderos antecesores a esta serie, aquellos Medal of Honor gestados por Dreamworks y Electronic Arts.
Un juego explosivo que deja en evidencia el espectáculo de Hollywood
Pero, pese a todos argumentos, sólidos como piedras, es imposible no dejarse llevar por este tremendo parque de atracciones. Al igual que puedes decir no a las películas de acción de Michael Bay o Roland Emmerich, no puedes resistirte a la magia que tiene esta serie de Activision. Bueno, más que magia, es napalm. Y en lugar de polvos de hada, va cargado de metralla. Pero es magia al fin y al cabo.
Una vez más, como tocaba por calendarios, nos encontramos con una entrega de la subserie Modern Warfare. El que es el título 8 de la serie original, sin contar los títulos que salieron para PS2 y Xbox cuando un Call of Duty sólo era de los buenos en PC, continúa las desventuras de estos militares, que intentan detener a un villano llamado Makarov en su locura, que ha llevado al mundo a la Tercera Guerra Mundial. El conflicto está hundiendo las principales ciudades del mundo libre. Desde Nueva York a Berlín, París o Londres están en pie de guerra. Y, nosotros, tendremos que viajar por el mundo para hacer esas cosas que hacemos en los Call of Duty. Que vienen siendo disparar mucho, disfrutar como animales y pasar de un argumento que nunca tuvo ni pie, ni cabeza. Vamos, como el cine de Michael Bay, pero más divertido, porque eres tú el que aprieta el gatillo, y no el pesado de Nicholas Cage.
El juego es alucinante por muchos motivos. Para empezar, una vez más, muestra un nivel gráfico realmente alucinante. Los gráficos se mueven con una rotunda fuerza por la pantalla. Vemos edicficios destruídos, enemigos por todas partes, vehículos, un fiel reflejo de las ciudades que estamos intentndo salvar. Las fases nos mueven desde pasillos a grandes edificios con una agilidad pasmosa. Y todo sin perder ni un ápice de velocidad en ningún momento. Ni un tropiezo, ni un pequeño resbalón...
El nivel de acción es completamente excesivo. Lo que ya es un principio que estremece con un ataque a Nueva York que ya lo querría el cine para si mismo, es superado con cada nueva misión, con cada fase que nos vamos a encontrar.
Por supuesto, todo para llegar a un final que, si bien es tan lógico y comprensible como el de todos los Modern Warfare anteriores, consigue el efecto de hacerte tomar aire y sentirte un tanto eufórico, como el que acaba de bajarse de una montaña rusa a la que se había subido sin cinturón de seguridad y mascando un poco de Goma2.
Call of Duty: Modern Warfare 3 es, además, todo un año de diversión. Ya nos lo sabemos, durante los próximos 12 meses tendremos por delante nuevas expansiones, tal vez unos cuántos zombis (aunque eso es un poco más de Treyarch). Tendremos horas de multijugador delante de nuestras narices y más explosiones de las que puedan soportar nuestras pobres paredes.
Por lo tando, y que no quepa duda, seguimos necesitando un Call of Duty anual. Una forma, tan tradicional o más que el mazapán, de pasar las navidades que nos vienen encima con un poco más de acción y menos canturreo.
Una lástima que sea la única información política que tienen legiones de adolescentes que creen que ser militar es guay gracias a este juego. Si no fuese por ellos, Call of Duty sería realmente perfecto.