LO MÁS TERRIBLE
Aunque tiene muchos críticos, lo cierto es que la energía nuclear que conocemos hoy en día, la de fisión, es una de las más productivas y limpias del planeta. Su contaminación es controlable, y aunque se generan muchos residuos radiactivos, en comparación con otras energías no es tan perjudicial para el planeta. El problema es que un accidente grave en una central nuclear, si bien no son comunes por el nivel de seguridad, pueden suponer un grave peligro para un país, un continente o incluso el planeta.
Casos como el accidente de Chernóbil el 26 de abril de 1986 o el más reciente accidente nuclear de Fukushima I el 11 de marzo de 2011, prueban que un incidente grave es tremendamente perjudicial para el medio ambiente y para la población, con áreas de exclusión de kilómetros, millones gastados en limpieza y desmantelación y un claro perjuicio para el medio ambiente. Estos son los casos más sonados, pero existen más accidentes con consecuencias graves, algunos de ellos ciertamente desconocidos pese a no ser tan lejanos en el tiempo.
Accidente de Tokaimura en 1999
En la localidad de Tōkai-mura, en la prefectura de Ibaraki, se situaba la Central nuclear de Tōkai. El 11 de marzo de 1997 se produjo un incidente nuclear cuando se declaró un pequeño fuego que fue extinguido por los operarios. Parecía controlado, pero ese mismo día a las 18.04 de ese día hubo una explosión que destrozó algunos muros, exponiendo a 37 trabajadores a una dosis de 60 millones de becquere. Se trata de una exposición más alta de lo normal, pero sin llegar a ser peligrosa. Este accidente fue, sin embargo, un leve aviso de lo que se vivió pocos años después.
El 30 de septiembre de 1999 en la planta de reciclaje de combustible nuclear se produjo un incidente terrible con varias víctimas mortales. Hisashi Ouchi y Masato Shinohara, dos operarios de la central, se encontraban vertiendo una solución de óxido de uranio en ácido nítrico en un tanque de sedimentación. Por norma general las medidas de prevención de riesgos laborales obligaban a no usar recipientes que pudieran contener una medida mayor de la masa crítica recomendable que, en dicho cometido, eran 2,3 kilogramos de material. Ellos usaron baldes y llegaron a aplicar 16 Kg de uranio.
En un momento concreto la cantidad fue tal que la reacción en cadena de la fisión nuclear se volvió autosuficiente, emitiendo una gran radiación gamma y de neutrones. Hisashi Ouchi se encontraba junto al tanque, Masato Shinohara se encontraba junto a una plataforma y un tercer empleado, Yokokawa, se encontraba en su escritorio a unos cuatro metros de la zona. Tras un destello azul, sonaron las alarmas de radiación gamma, y los dos técnicos no tardaron en sentir dolores, náuseas, dificultad para respirar y otros problemas médicos.
Aunque los operarios lograron parar la reacción tras 20 horas, para ellos ya era demasiado tarde. La radiación a la que habían estado expuestos fue letal. Se llegaron a alcanzar niveles de hasta 15.000 veces el límite de lo permisible para la vida y, de hecho, se estima que Ouchi fue la persona expuesta a la mayor cantidad de radiación en la historia: 17 sieverts.
La espantosa muerte de Hisashi Ouchi
Cuando llegó al hospital, Hisashi Ouchi tenía la piel roja e hinchada de la exposición, y por aquel momento no parecía presentar más síntomas. Pero los médicos analizaron sus cromosomas y descubrieron que se habían descompuesto, no pudiendo regenerar ninguna de las células de su cuerpo. También había reducido a 0 sus glóbulos blancos: había recibido la misma dosis de radiación que la emitida en el epicentro de la bomba atómica de Hiroshima.
Tras una semana en el hospital y pese a recibir un trasplante de células periféricas por parte de su hermana para intentar recuperar su sistema inmune, Ouchi comenzó a mostrar signos externos de enfermedad por radiación. Literalmente su piel comenzó a desprenderse y no podía regenerarse, además de tener problemas para respirar y un dolor terrible, por lo que decidieron mantenerlo en coma inducido desde dicho momento. A los 18 días se descubrió que la radiación estaba matando también las células trasplantadas, todo estaba perdido.
A los 27 días comenzaron a deteriorarse otras partes del cuerpo de Ouchi, incluyendo sus intestinos, que no paraban de tener hemorragias. Literalmente se desintegraron. Llegó a necesitar hasta 10 transfusiones de sangre al día, perdiendo además otros líquidos corporales a través de la inexistente piel (hasta 10 litros al día). Para evitarlo, tuvieron que envolverlo literalmente en una gasa, aunque llegó incluso a sangrar por los ojos.
Intentaron colocarle piel artificial, pero fue entonces cuando los músculos también comenzaron a desprenderse del hueso. Tras 59 días en el hospital, su corazón se detuvo 3 veces en un espacio de tiempo de 49 minutos. Esto dañó su cerebro y riñones, por lo que fue mantenido con vida artificialmente por medio de máquinas externas.
Ouchi murió de un fallo multiorgánico el 21 de diciembre, tras 83 días en el hospital. Su compañero Shinohara aguantó unos meses más, hasta abril, pero también murió de un fallo multiorgánico. El tercer empleado, el que se encontraba a unos metros en su escritorio, fue dado de alta tras 6 meses en el hospital.
Seis altos cargos de la empresa JCO, incluido el superviviente, fueron condenados a penas de entre dos y tres años de cárcel por negligencia.